martes, octubre 02, 2012

Meditaciones Metafísicas:: René Descartes. 1641. 
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Perfectamente, como si yo no fuera un hombre que suele dormir por la
noche e imaginar en sueños las mismas cosas y a veces, incluso, menos verosímiles
que esos desgraciados cuando están despiertos. ¡Cuán frecuentemente me hace
creer el reposo nocturno lo más trivial, como, por ejemplo, que estoy aquí, que
llevo puesto un traje, que estoy sentado junto al fuego, cuando en realidad estoy
echado en mi cama después de desnudarme! Pero ahora veo ese papel con los ojos
abiertos, y no está adormilada esta cabeza que muevo, y consciente y sensible-
mente extiendo mi mano, puesto que un hombre dormido no lo experimentaría
con tanta claridad; como si no me acordase de que he sido ya otras veces engañado
en sueños por los mismos pensamientos. Cuando doy más vueltas a la cuestión veo
sin duda alguna que estar despierto no se distingue con indicio seguro del estar
dormido, y me asombro de manera que el mismo estupor me confirma en la idea
de que duermo.
Pues bien: soñemos, y que no sean, por tanto, verdaderos esos actos particu-
lares; como, por ejemplo, que abrimos los ojos, que movemos la cabeza, que exten-
demos las manos; pensemos que quizá ni tenemos tales manos ni tal cuerpo. Sin
embargo, se ha de confesar que han sido vistas durante el sueño como unas ciertas
imágenes pintadas que no pudieron ser ideadas sino a la semejanza de cosas
verdaderas y que, por lo tanto, estos órganos generales (los ojos, la cabeza, las
manos y todo el cuerpo) existen, no como cosas imaginarias, sino verdaderas;
puesto que los propios pintores ni aun siquiera cuando intentan pintar las sirenas y
los sátiros con las formas más extravagantes posibles, pueden crear una naturaleza
nueva en todos los conceptos, sino que entremezclan los miembros de animales
diversos; incluso si piensan algo de tal manera nuevo que nada en absoluto haya
sido visto que se le parezca ciertamente, al menos deberán ser verdaderos los colo-
res con los que se componga ese cuadro. De la misma manera, aunque estos órga-
nos generales (los ojos, la cabeza, las manos, etc.) puedan ser imaginarios, se habrá
de reconocer al menos otros verdaderos más simples y universales, de los cuales
como de colores verdaderos son creadas esas imágenes de las cosas que existen en
nuestro conocimiento, ya sean falsas, ya sean verdaderas.
A esta clase parece pertenecer la naturaleza corpórea en general en su exten-
sión, al mismo tiempo que la figura de las cosas extensas. La cantidad o la magni-
tud y el número de las mismas, el lugar en que estén, el tiempo que duren, etc. (13)



Supondré, pues, que no un Dios óptimo, fuente de la verdad, sino algún
genio maligno de extremado poder e inteligencia pone todo su empeño en hacerme
errar; creeré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todo
lo externo no son más que engaños de sueños con los que ha puesto una celada a
mi credulidad; consideraré que no tengo manos, ni ojos, ni carne, ni sangre, sino
que lo debo todo a una falsa opinión mía; permaneceré, pues, asido a esta medita-
ción y de este modo, aunque no me sea permitido conocer algo verdadero, procu-
raré al menos con resuelta decisión, puesto que está en mi mano, no dar fe a cosas
falsas y evitar que este engañador, por fuerte y listo que sea, pueda inculcarme
nada. Pero este intento está lleno de trabajo, y cierta pereza me lleva a mi vida
ordinaria; como el prisionero que disfrutaba en sueños de una libertad imaginaria,
cuando empieza a sospechar que estaba durmiendo, teme que se le despierte y
sigue cerrando los ojos con estas dulces ilusiones, así me deslizo voluntariamente a
mis antiguas creencias y me aterra el despertar, no sea que tras el plácido descanso
haya de transcurrir la laboriosa velada no en alguna luz, sino entre las tinieblas
inextricables de los problemas suscitados. (15)

Supongo, por tanto, que todo lo que veo es falso; y que nunca ha existido
nada de lo que la engañosa memoria me representa; no tengo ningún sentido
absolutamente: el cuerpo, la figura, la extensión, el movimiento y el lugar son
quimeras. ¿Qué es entonces lo cierto? Quizá solamente que no hay nada seguro.
¿Cómo sé que no hay nada diferente de lo que acabo de mencionar, sobre lo que no
haya ni siquiera ocasión de dudar? ¿No existe algún Dios, o como quiera que le
llame, que me introduce esos pensamientos? Pero, ¿por qué he de creerlo, si yo
mismo puedo ser el promotor de aquéllos? ¿Soy, por lo tanto, algo? Pero he negado
que yo tenga algún sentido o algún cuerpo; dudo, sin embargo, porque, ¿qué soy
en ese caso? ¿Estoy de tal manera ligado al cuerpo y a los sentidos, que no puedo
existir sin ellos? Me he persuadido, empero, de que no existe nada en el mundo, ni
cielo ni tierra, ni mente ni cuerpo; ¿no significa esto, en resumen, que yo no existo?(16)

conoce, que afirma, que niega, que quiere, que rechaza, y que imagina y siente.
No son pocas, ciertamente, estas cosas si me atañen todas. Pero ¿por qué no
han de referirse a mí? ¿No dudo acaso de casi todas las cosas; no conozco algo, sin
embargo, y afirmo que esto es lo único cierto y niego lo demás; no deseo saber
algo, aunque no quiero engañarme; no imagino muchas cosas aun sin querer, y no
advierto que muchas otras proceden como de los sentidos? ¿Qué hay entre estas
cosas, aunque siempre esté dormido, y a pesar de que el que me ha creado me haga
engañarme en cuanto pueda, que no sea igualmente cierto que el hecho de que
existo? ¿Qué es lo que se puede separar de mi pensamiento? ¿Qué es lo que puede
separarse de mí mismo? Tan manifiesto es que yo soy el que dudo, el que conozco
y el que quiero, que no se me ocurre nada para explicarlo más claramente. Por otra
parte, yo soy también el que imagino, dado que, aunque ninguna cosa imaginada
sea cierta, existe con todo el poder de imaginar, que es una parte de mi pensa-

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miento. Yo soy igualmente el que pienso, es decir, advierto las cosas corpóreas
como por medio de los sentidos, como, por ejemplo, veo la luz, oigo un ruido y
percibo el calor. Todo esto es falso, puesto que duermo; sin embargo, me parece
que veo, que oigo y que siento, lo cual no puede ser falso, y es lo que se llama en
mí propiamente sentir; y esto, tomado en un sentido estricto, no es otra cosa que
pensar. (19)

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