Meditaciones Metafísicas:: René Descartes. 1641.
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Perfectamente, como si yo no fuera un hombre que suele dormir por la
noche e
imaginar en sueños las mismas cosas y a veces, incluso, menos verosímiles
que
esos desgraciados cuando están despiertos. ¡Cuán frecuentemente me hace
creer
el reposo nocturno lo más trivial, como, por ejemplo, que estoy aquí,
que
llevo puesto un traje, que estoy sentado junto al fuego, cuando en
realidad estoy
echado en mi cama después de desnudarme! Pero ahora veo ese
papel con los ojos
abiertos, y no está adormilada esta cabeza que muevo, y
consciente y sensible-
mente extiendo mi mano, puesto que un hombre dormido
no lo experimentaría
con tanta claridad; como si no me acordase de que he
sido ya otras veces engañado
en sueños por los mismos pensamientos. Cuando
doy más vueltas a la cuestión veo
sin duda alguna que estar despierto no se
distingue con indicio seguro del estar
dormido, y me asombro de manera que el
mismo estupor me confirma en la idea
de que duermo.
Pues bien: soñemos, y
que no sean, por tanto, verdaderos esos actos particu-
lares; como, por
ejemplo, que abrimos los ojos, que movemos la cabeza, que exten-
demos las
manos; pensemos que quizá ni tenemos tales manos ni tal cuerpo. Sin
embargo,
se ha de confesar que han sido vistas durante el sueño como unas
ciertas
imágenes pintadas que no pudieron ser ideadas sino a la semejanza de
cosas
verdaderas y que, por lo tanto, estos órganos generales (los ojos, la
cabeza, las
manos y todo el cuerpo) existen, no como cosas imaginarias, sino
verdaderas;
puesto que los propios pintores ni aun siquiera cuando intentan
pintar las sirenas y
los sátiros con las formas más extravagantes posibles,
pueden crear una naturaleza
nueva en todos los conceptos, sino que
entremezclan los miembros de animales
diversos; incluso si piensan algo de
tal manera nuevo que nada en absoluto haya
sido visto que se le parezca
ciertamente, al menos deberán ser verdaderos los colo-
res con los que se
componga ese cuadro. De la misma manera, aunque estos órga-
nos generales
(los ojos, la cabeza, las manos, etc.) puedan ser imaginarios, se habrá
de
reconocer al menos otros verdaderos más simples y universales, de los
cuales
como de colores verdaderos son creadas esas imágenes de las cosas que
existen en
nuestro conocimiento, ya sean falsas, ya sean verdaderas.
A
esta clase parece pertenecer la naturaleza corpórea en general en su
exten-
sión, al mismo tiempo que la figura de las cosas extensas. La cantidad
o la magni-
tud y el número de las mismas, el lugar en que estén, el tiempo
que duren, etc. (13)
Supondré, pues, que no un Dios óptimo,
fuente de la verdad, sino algún
genio maligno de extremado poder e
inteligencia pone todo su empeño en hacerme
errar; creeré que el cielo, el
aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todo
lo externo no
son más que engaños de sueños con los que ha puesto una celada a
mi
credulidad; consideraré que no tengo manos, ni ojos, ni carne, ni sangre,
sino
que lo debo todo a una falsa opinión mía; permaneceré, pues, asido a
esta medita-
ción y de este modo, aunque no me sea permitido conocer algo
verdadero, procu-
raré al menos con resuelta decisión, puesto que está en mi
mano, no dar fe a cosas
falsas y evitar que este engañador, por fuerte y
listo que sea, pueda inculcarme
nada. Pero este intento está lleno de
trabajo, y cierta pereza me lleva a mi vida
ordinaria; como el prisionero que
disfrutaba en sueños de una libertad imaginaria,
cuando empieza a sospechar
que estaba durmiendo, teme que se le despierte y
sigue cerrando los ojos con
estas dulces ilusiones, así me deslizo voluntariamente a
mis antiguas
creencias y me aterra el despertar, no sea que tras el plácido descanso
haya
de transcurrir la laboriosa velada no en alguna luz, sino entre las
tinieblas
inextricables de los problemas suscitados. (15)
Supongo, por
tanto, que todo lo que veo es falso; y que nunca ha existido
nada de lo que
la engañosa memoria me representa; no tengo ningún sentido
absolutamente: el
cuerpo, la figura, la extensión, el movimiento y el lugar son
quimeras. ¿Qué
es entonces lo cierto? Quizá solamente que no hay nada seguro.
¿Cómo sé que
no hay nada diferente de lo que acabo de mencionar, sobre lo que no
haya ni
siquiera ocasión de dudar? ¿No existe algún Dios, o como quiera que le
llame,
que me introduce esos pensamientos? Pero, ¿por qué he de creerlo, si yo
mismo
puedo ser el promotor de aquéllos? ¿Soy, por lo tanto, algo? Pero he
negado
que yo tenga algún sentido o algún cuerpo; dudo, sin embargo, porque,
¿qué soy
en ese caso? ¿Estoy de tal manera ligado al cuerpo y a los sentidos,
que no puedo
existir sin ellos? Me he persuadido, empero, de que no existe
nada en el mundo, ni
cielo ni tierra, ni mente ni cuerpo; ¿no significa esto,
en resumen, que yo no existo?(16)
conoce, que afirma, que niega, que
quiere, que rechaza, y que imagina y siente.
No son pocas, ciertamente, estas
cosas si me atañen todas. Pero ¿por qué no
han de referirse a mí? ¿No dudo
acaso de casi todas las cosas; no conozco algo, sin
embargo, y afirmo que
esto es lo único cierto y niego lo demás; no deseo saber
algo, aunque no
quiero engañarme; no imagino muchas cosas aun sin querer, y no
advierto que
muchas otras proceden como de los sentidos? ¿Qué hay entre estas
cosas,
aunque siempre esté dormido, y a pesar de que el que me ha creado me
haga
engañarme en cuanto pueda, que no sea igualmente cierto que el hecho de
que
existo? ¿Qué es lo que se puede separar de mi pensamiento? ¿Qué es lo que
puede
separarse de mí mismo? Tan manifiesto es que yo soy el que dudo, el que
conozco
y el que quiero, que no se me ocurre nada para explicarlo más
claramente. Por otra
parte, yo soy también el que imagino, dado que, aunque
ninguna cosa imaginada
sea cierta, existe con todo el poder de imaginar, que
es una parte de mi pensa-
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miento. Yo soy igualmente el
que pienso, es decir, advierto las cosas corpóreas
como por medio de los
sentidos, como, por ejemplo, veo la luz, oigo un ruido y
percibo el calor.
Todo esto es falso, puesto que duermo; sin embargo, me parece
que veo, que
oigo y que siento, lo cual no puede ser falso, y es lo que se llama en
mí
propiamente sentir; y esto, tomado en un sentido estricto, no es otra cosa
que
pensar. (19)
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